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viernes, 20 de enero de 2012

LAS FRAGANCIAS DE LA ÚLTIMA REINA DE FRANCIA


Maria-Antonieta y los perfumes



Por culpa de muchos historiadores, la gente de hoy día asocia el siglo XVIII con aquellas damas convertidas en muñecas empolvadas de mejillas rojas y con lunares coquetones, y perfumadas a ultranza con un penetrante pachuli para esconder el hedor de sus cuerpos sudados y la falta de aseo e higiene generalizada. Las fragancias de Versailles no fueron siempre una hedionda mezcla de orines y heces...

Luis XIV era un forofo de los perfumes, si, y también un obseso de la pulcritud corporal. A fin de cuentas, a él se debe la instalación de una serie de salas de baño en palacio para su uso y el de otros miembros de la familia real. Y si es cierto que, al envejecer, el monarca solar empezó a detestar las esencias fuertes por sufrir de migraña, prefiriendo el aire fresco y ordenando que todas las ventanas fueran abiertas en las estancias en las que se encontraba, no significa que oliera a rancio.

Luis XV, de temperamento ardiente, siempre acalorado, cambiaba de camisa de tres a cuatro veces al día al empaparlas de sudor; encargaba en París sus perfumes, exclusivas creaciones líquidas de precios astronómicos contenidas en lujosos frascos... Mientras, el Mariscal de Richelieu, convertido en boticario experto en farmacopea, fabricaba sus propias sales de baño y adoraba sumergirse en aguas espumosas perfumadas con pasta jabonosa de almendras. A mediados de siglo, los salones de Versailles y París olían a violetas hasta la náusea, mientras que de las calles subían pútridas fragancias que se hacían insoportables y causa de desmayos en pleno verano.

Con Luis XVI y su esposa Maria-Antonieta, se abandonaron los pesados perfumes de salón por fragancias suaves, más "frescas" y naturales, más agradables y asociadas a la vida campestre. La reina lanzó la moda de los vestidos sencillos, blancos, ligeros, en algodón y lino y telas livianas, vaporosas, pionera de la comodidad y de la sencillez doméstica tan mal acogida por sus contemporáneos pero, finalmente, adoptada por todas las damas a finales de siglo.

Elisabeth de Feydeau, profesora de la Escuela de Perfumistas de Versailles, escribió un interesante libro al respecto: Jean-Louis Fargeon, Perfumista de Maria-Antonieta (Ed. Pérrin, 2004). En él nos descubre a qué olía la más célebre de las reinas de Francia, cuales eran sus gustos y preferencias, su pasión por las flores y los perfumes, su alto grado de higiene corporal y su amor por el confort.

¿Cual fue el papel del perfume en la alta sociedad del siglo XVIII? Asociado a los guantes desde finales del siglo XII, la reina Maria-Antonieta parece haber tenido una verdadera pasión por los guantes perfumados. Perfumados, si, pero menos ornamentados que en siglos anteriores, protegían de la suciedad y de los diversos miasmas y se llevaban durante todo el día, hasta la muñeca para los hombres y cubriendo todo el ante-brazo para las mujeres. Maria-Antonieta, que detestaba comer y cenar en público, era entonces muy criticada en la corte de Versailles porque omitía quitarselos en la mesa. Por la noche, las damas elegantes llevaban guantes cosméticos engrasados para preservar la tersura de su piel.



¿Cuales fueron las esencias preferidas de la reina? Es la época de los cambios, teniendo en cuenta que las recolecciones son variables según los años y que los perfumes, enteramente naturales, son inestables. Maria-Antonieta tiene una pasión por las flores. Crea en Versailles un cargo especial para que todas las estancias de palacio sean siempre decoradas con grandes ramos de flores frescas y su jardín anglo-chino de Trianon, más allá de las esencias más buscadas, refleja sus preferencias por la rosa, la violeta, el jazmín y las tuberosas. Jean-Louis Fargeon, descendiente de una dinastía de perfumistas de Montpellier, crea para ella perfumes convenientes para cada ocasión. Resaltemos su "eau d'ange" (agua de angel), concebida para su alumbramiento en 1778, y menos cargante que los "esprits ardents" (espíritus ardientes) que apreciaba hasta entonces y que había rebautizado como sus "esprits perçants" (espíritus penetrantes). Pero es sobretodo en el dominio del maquillaje donde innova, abandonando la moda del "enyesado" de polvo blanco y del rojo por colores mucho más naturales, subrayando la belleza de sus ojos azules con khôl*.

¿Cuáles fueron sus relaciones con su perfumista Fargeon? Menos estrechas que las existentes con su modista, Rose Bertin, o su peluquero, Léonard. Pero le transmite sus gustos y preferencias, y le corresponde a él entonces el transcribirlos en perfumes mediante su arte, su fineza y su agudeza psicológica.

Los cortesanos decían de Maria-Antonieta, que dejaba tras de si un olor a primavera. Es gracias a su gusto por los baños diarios, perfumados con pequeñas bolas creadas por Fargeon a base de incienso y aceites de arándano, de nenúfar o de membrillo y destinadas a desengrasar y blanquear la epidermis, que debe esa reputación de gran frescura, a imagen y semejanza de sus vestidos vaporosos que puso de moda, blancos, en linón de Bruselas y sencillamente ceñidos a la cintura con un lazo, lo que llevó a que se le acusara de querer arruinar las sederías de Lyon.



(*)_El Khôl es un tipo de lápiz de ojos, con una mina confeccionada con un polvo muy negro y prensado, o también en solución líquida usada con una fina varilla como aplicador. Su utilización se remonta al Antiguo Egipto y era básico en la cosmética árabe.

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